Después
de leer la noticia en el periódico, he ido a casa de mis padres a
comer. Antes iba cada domingo, pero los años van construyendo
excusas. Ahora voy una vez al mes. Y sólo si mi madre insiste. Cada
vez insiste menos. Supongo que tiene el mismo miedo que yo a los
silencios, o a los esfuerzos que hacemos por llenarlos.
Y
para llenarlos con algo que no sean palabras, se esfuerza tanto en
cocinar. Al sentarme a la mesa de mi madre me envuelve la infancia.
Arroz con leche, berenjenas con miel, naranjas desnudas con sal. Los
platos que preparaba mi abuela.
Siempre
sobra comida. Al despedirme, desde la puerta de la cocina veo las
sobras, algunas ya envasadas para el congelador. Si a
mi madre le ha dado tiempo. Si se pueden congelar. Entonces imagino a
mis padres comiendolas hasta mi próxima visita,
descongelando cada día uno de mis recuerdos para alimentarse con él.
El
postre de hoy era tarta de limón. Al meter la primera cucharada en
mi boca el sabor del merengue me ha hecho pensar en los pezones de
Victor. Los he sentido, como los sentí cada una de las tardes de
aquel verano en el vestuario de la piscina. Sus pezones, llenando mi boca decloro y sudor.
Llevo
años acordándome de olvidar a Victor. Y lo consigo. Ya no recuerdo
el color de sus ojos, ni su voz. He olvidado su cara y me engaño
pensando que también su nombre.
Pero
no he olvidado su sabor. El limón en sus pezones, el caviar del
sudor en su cuello. Y hoy me ha apetecido recordarlo.
Mientras
mi madre preparaba café y envasaba sobras, he corrido hasta mi
cuarto. Para buscar sus cartas. Pero no estaban en ningún sitio, ni
entre los libros, ni en el hueco de pared detrás del armario que
cubría un impermeable azul.
Con
el sabor a limón todavía en la boca he vuelto al salón, a explorar
rincones,buscando recuerdos.
Cuando
ya no quedaban más cajones por abrir he escuchado la voz de mi
madre:
―
¿Qué buscas, cariño?
―Las
cartas.
―
¿Qué cartas?
―Las
de Victor, mamá. Estaban en un archivador en mi cuarto.
Mi
madre tarda un poco en responder.
―Se
las llevó la policía la semana pasada, con los libros de cuentas
de tu padre.
Al
volverme hacía mi padre para pedir una explicación he visto como se
llevaba a la boca el último pedazo de tarta limón.
Me
he ido sin despedirme.
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