Tiembla.
Se acerca a la silla y coge una camisa de hombre. Intenta abrochar los botones, pero el dolor
de una uña rota se lo impide.
Abre la
puerta del baño. Casi no puede apoyar el
talón. Se lava la cara. Su mirada evita
el espejo No quiere ver su
dolor. Su desnudez que quedará marcada
por cardenales. El sabor a acero en las encías. La sangre reseca bajo la nariz.
Le
gustaría ducharse, pero sabe que no debe hacerlo. Lo ha leído en algún libro.
Tienen que encontrarla así.
Tendrán
que examinarla. Anticipa la humillación
que sentirá cuando una voz desconocida le pida que se tumbe en la camilla.
Cuando tenga que contar lo que ha ocurrido. Varias veces seguramente.
Sale del
baño. La camisa, demasiado grande, resbala por su hombro derecho. Tiene frio.
No enciende ninguna luz.
No quiere
mirar la cama. Pero no puede evitarlo y se fija en la sangre que mancha las sábanas.
Desnuda. Pasea por la habitación. Sin darse cuenta repite el mismo recorrido
una y otra vez. Un paso a la derecha, dos a la izquierda.
Sale
y recorre el pasillo oscuro. El sonido
de su respiración le asusta. Intenta andar más rápido.
El hombre
se ha ido. No lo conocía, no podría
reconocerlo. Ni siquiera por el olor.
Cree que no está en casa. Cuando
terminó lo que vino a hacer y se levantó de la cama, sin mirarla, se fue por
este mismo pasillo.
Aunque
sabe que no es probable que vuelva tiene miedo. Intuye que el miedo la
acompañará durante mucho tiempo, puede que durante el resto de su vida. Pero
ahora no puede pensar en eso, ahora tiene que andar por el pasillo.
Llega
hasta la puerta. Está cerrada. Intenta abrirla pero no puede. El miedo y el
dolor le hacen confundir la forma en que tiene que mover el pomo. Tras unos
segundos consigue girarlo y la puerta se abre.
Aún tiene
que salir del edificio. Empieza a bajar las escaleras.
Una mujer adulta,
casi desnuda, que baja escalones
a saltitos.
Dieciséis.
Hay dieciséis escalones y cincuenta
metros separan el final de la escalera de la puerta. En el último escalón
resbala.
La mujer
intenta gritar pero no puede. Quiere hacer ruido. Quiere que alguien venga. Lo
intenta pero no puede levantarse. Y se arrastra. Lenta. Dejando un rastro rojo
sobre el mármol blanco de la entrada.
Entonces
la puerta se abre. El corazón de la mujer late con mucha fuerza y levanta la
mirada. Es uno de sus vecinos.
Cuando lo
reconoce empieza a llorar. Por fin, se siente segura.
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