Caperucita


Tiene los ojos muy abiertos. Rodeada de nieve, confusa, tirita.

Me pongo detrás y le digo que tenemos que entrar. Empieza a caminar, le tiemblan las piernas. “La puerta está abierta, empuja”. Entramos y enciendo la luces. Con un gesto le indico donde tiene que sentarse y obedece.

Prefiero que sea así.

Le acerco una toalla. “Tienes que entrar en calor, sécate . Se seca el pelo, la cara. “Quítate la ropa para poder secarte bien”. Desconfía , pero empieza a desvestirse. Me giro, no quiero que se sienta incomoda.

Empieza a llorar muy bajito y yo enciendo la música. No puedo identificar qué canción suena, varias voces hablan de almas de mujeres.

Podría preguntarle a ella si sabe el título, pero el estampado de su ropa interior, que veo a través del espejo, me indica que es demasiado joven para conocerlo, mucho más joven de lo que parecía fuera en la nieve, casi una niña.

La música no consigue tapar su llanto, ahora más persistente, que se mezcla con los sonidos del bosque.

Junto al espejo hay una ventana. Muchas de las luces del pueblo están encendidas. Seguramente la madre de esta joven-niña ha dado la voz de alarma.

Imagino a una señora mayor, rubia como ella, hablando con los vecinos. Preguntando si la han visto. A las primeras casas llega más enfadada que preocupada, pero según se vayan cerrando puertas irá asustándose.

Al principio sus miedos serán absurdos. Miedo de lobos. Puede que incluso tema la presencia de criaturas de otro planeta con instintos caníbales. Miedos fáciles de apartar. No querrá pensar en otros peligros más reales, todavía no.

Ahora ya están todas las luces del pueblo encendidas, y escucho una sirena. Los vecinos están preparándose para salir a buscarla. Sé que no tengo mucho tiempo.

Me giro y la veo sentada frente a mí, envuelta en la toalla.

Me acerco un poco y toco sus piernas, el tacto de mi mano en su muslo hace que las cierre y quedo atrapado.

Su mirada cambia, piensa que ha ganado algo de poder. Pobre niña.

Fuerzo mi mano y la saco. Recorro su cuello con mis dedos ásperos. Toco sus parpados. Acerco mi cara a la suya, huele a colonia y a chicle de melón.

Me tiene miedo.

Quiero susurrarle que todo va a ir bien, que estoy aquí para ayudar y no para hacer daño.

Pero no quiero mentir.

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